Los animales de compañía, una medicina natural a nuestro alcance

En estos estremecedores tiempos de pandemia en los cuales el pánico ha hecho presa de millones de personas, los que nos estamos quedando en casa, en cuarentena, y tenemos mascotas, podemos considerarnos dichosos pues, además de buena compañía, disponemos de una excelente medicina natural: nuestros animales. Lo mismo puede decirse de aquellos que viven en fincas y zonas rurales, quienes, al disponer de mayor espacio, pueden tener chivos, patos, caballos y otros animales, cuya sana compañía también resulta relajante y terapéutica. No por gusto hay en el mundo tantos centros de equino-terapia. En ellos, además de prestar ayuda a los niños y adultos autistas y discapacitados, los caballos socorren a muchas personas profundamente traumatizadas por acontecimientos trágicos, violentos y dolorosos. El psiquiatra y profesor Aaron Katcher ha dicho que “hay rica evidencia clínica de que el contacto con un caballo puede facilitar de manera espectacular el progreso en sicoterapia, especialmente en la integración de la comunicación verbal y no verbal” (citado por Linda Kohanov en The Tao of Equus, p. 15). Pero no vamos a referirnos aquí a los animales de terapia, tema profundo y complejo que podremos abordar más adelante, porque el propósito de hoy no es hablar de personas enfermas y traumatizadas sino de personas sanas (o con padecimientos llevaderos) que se benefician de la simple compañía de un animal.

La naturaleza tiene una potente cualidad sanadora. No solo la tienen los árboles y las plantas, el mar, los ríos y las montañas, sino también, y muy especialmente, los animales, sobre todo aquellos que nos acompañan, que tenemos cerca y con los cuales compartimos afecto. Ya hemos mencionado en textos anteriores el concepto de Biofilia, enunciado en 1984 por el biólogo Edward Wilson, el cual parte de la premisa de que nuestro vínculo afectivo e interés por los animales surge de la fuerte posibilidad de que la supervivencia humana fuera, en parte, dependiente de las señales de seguridad o de amenaza emitidas por ellos y el ambiente, algo que — digo yo — cualquier dueño de mascota puede haber comprobado. ¡Cuántas veces la conducta de nuestro gato o nuestro perro, incluso de nuestro caballo (si lo tenemos), nos ha avisado de algún peligro o de alguna contingencia que no habíamos notado! Aun sin emitir sonido alguno. Solo de observar su actitud y su lenguaje corporal, sabemos a qué atenernos. Lo mismo pasa a la inversa: los animales “leen” nuestro lenguaje corporal y por eso son tan sensibles y receptivos a nuestros estados de ánimo, emociones y males físicos. Y digo receptivos porque muchos de ellos, cuando nos ven alicaídos, enfermos, tristes o deprimidos, intentan ayudarnos. Lo hacen a su manera, claro, pero rara vez se equivocan. ¡Qué distinto resulta pasar una larga y dura enfermedad con la compañía leal y constante de un animal querido que en soledad! En verdad, los animales son vitaminas para el alma.

La hipótesis de la Biofilia sugiere que en los tiempos modernos, en que nos hemos distanciado tanto de la naturaleza y de sus ritmos, vibraciones y señales, la simple contemplación de un animal descansando o en estado de paz y tranquilidad, puede transmitirnos seguridad y sentimientos de bienestar. Y lo cierto es que la ciencia ha documentado profusamente cómo el contacto sano y cariñoso con un animal suaviza el estrés, equilibra el pulso y la presión arterial, fortalece nuestra resistencia psicológica frente a situaciones difíciles, alivia la soledad y la ansiedad, facilita la comunicación, eleva la autoestima, enriquece las relaciones sociales y nos brinda seguridad. El mero hecho de acariciar o abrazar a su mascota, puede hacer que una persona segregue oxitocina, la hormona del amor. Esta cualidad pacificadora, sanadora y relajante de los animales, que tanto bien nos hace, radica en que, con ellos, podemos ser nosotros mismos sin temor a ser rechazados, pues los animales no nos juzgan ni nos abandonarían nunca, aun cuando estuviéramos llenos de lo que otras personas podrían considerar “defectos insoportables”. Otra ventaja es que tienen maneras constantes, o sea, su ánimo es siempre el mismo: no se muestran hoy comunicativos, agradables y contentos, y mañana taciturnos, bruscos y deprimidos. Y, como si todo esto fuera poco, están siempre disponibles para nosotros, sea para un juego, un paseo, una caricia, o una “confesión”. En esta era de discusiones y peleas constantes, de tanta agresividad y violencia entre humanos, nuestras mascotas, que jamás discuten con nosotros, resultan un auténtico remanso de paz y una garantía de amor incondicional.

Ahora imagínese el lector el bien que puede hacer la compañía de un animal querido en momentos como estos, de angustia, vulnerabilidad y estrés. Más aún, si se trata de personas sin familia o de ancianos solitarios. Porque hay otro beneficio adicional y es que, cuando una persona se siente útil al cuidar de un animal, cuando siente que tiene hacia él una responsabilidad, eso la impulsa y la moviliza, la ayuda a mantener el interés por la vida y la hace pensar menos en situaciones tristes, como pudieran ser su propia soledad y vulnerabilidad. Hace muchos años, en Inglaterra, los asistentes sociales notaron que muchos ancianos solitarios estaban muriendo de hipotermia debido a que, en invierno, se les olvidaba encender la calefacción. La solución que encontraron fue sencilla: a los ancianos se les obsequiaron pajarillos y otras pequeñas mascotas que estuvieran en capacidad de atender y el hecho no se repitió, porque, preocupados por el bienestar de sus animalitos acompañantes, no se les olvidaba nunca encender la calefacción, con lo cual se estaban cuidando, indirectamente, a sí mismos.

En su libro Curación emocional, el doctor David Serban-Schreiber detalla cómo solía recomendar a sus pacientes ancianos y deprimidos la adquisición de una mascota. Él lo cuenta así: “[…] por lo general, la causa de la depresión estaba clara: este anciano o esa vieja dama vivían solos desde hacía años, sin salir mucho a causa de una salud frágil, sin ver tampoco a sus hijos ni nietos, que se habían trasladado a California, Boston o Nueva York, que no jugaba al bingo con sus amigos y que se dejaba marchitar viendo la televisión. ¿Por qué razón ese paciente querría ocuparse de sí mismo? Y aunque un antidepresivo le hubiese sentado bien, ¿estaba seguro de que se lo tomaría cada día? Sin duda ocurriría como con el resto de pastillas, ya difíciles de distinguir unas de otras y de ingerir como se las recetaron… Verdaderamente no tenía ningunas ganas de añadir mi granito de sal a tanta confusión. Los medicamentos no son ‘reguladores límbicos’. Así pues, reuniendo todo el valor que podía [lo dice porque recibía críticas de otros médicos por sus indicaciones no convencionales], escribía mi recomendación en el historial médico: ‘En cuanto a su depresión, lo más beneficioso para este paciente sería procurarse un perro (un perrito, claro, para minimizar los riesgos de caída). Si el paciente considera que le daría demasiado trabajo, entonces bastará con un gato, que no tiene necesidad de salir. Si eso también fuese demasiado, entonces un pájaro o un pez. Si el paciente también lo rechazase, entonces recomendaría una bonita planta de interior’”.

El doctor Serban-Schreiber cuenta también en su libro cómo un médico de apellido Allen, de la Universidad de Buffalo, trató a un grupo de agentes de Bolsa de su ciudad, los cuales tenían problemas serios con el estrés. “El doctor Allen — escribe — le propuso a la mitad de ellos que se llevasen a casa un perro o un gato (tenían derecho a elegir el animal). Seis meses después, los resultados hablaban por sí solos: quienes tenían un animal doméstico no reaccionaban más al estrés de la misma manera. No sólo tenían una tensión arterial estabilizada incluso en período de estrés, sino que su efectividad en ciertas tareas — cálculo mental rápido, exposición frente al público — era claramente mejor: cometían menos errores, como si pudieran controlar mejor sus emociones y, por tanto, su concentración. En otro estudio, el doctor Allen pudo demostrar que las mujeres ancianas (más de 70 años) que viven solas pero con un animal familiar tienen la misma tensión arterial que las mujeres de 25 años que cuentan con una vida social activa.”

Aprovechemos, pues, estos días de cuarentena, para vincularnos más estrechamente con nuestros queridos animales. Podemos pasar más tiempo con ellos, bañarlos, cepillarlos, acariciarlos… Ellos lo agradecerán y nosotros sentiremos como baja nuestro nivel de ansiedad, temor y estrés, lo cual resulta altamente beneficioso para nuestra salud.

Zoila Mª Portuondo Guerra

Diseño de Liliana Serguera

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CeDA — Cubanos en Defensa de los Animales
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Written by CeDA — Cubanos en Defensa de los Animales

CeDA es un proyecto que dirige su trabajo a la disminución de los animales callejeros y vagabundos en La Habana, Cuba.

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