Animales amarrados, animales encerrados…
Hay muchas personas que, sin saberlo, maltratan a los animales, incluso a sus propias mascotas. Lo hacen por ignorancia o por inconsciencia, que viene a ser lo mismo, y es probable que no se percaten del daño y la angustia que causan. Otras, en cambio, maltratan por insensibilidad o porque están tan concentradas en ellas mismas y sus asuntos, que no miran a su alrededor… Con el propósito de llamar la atención sobre este tema, hablaremos hoy sobre los animales amarrados y los animales encerrados.
El encantador de perros, César Millán, ha dicho con sobrada razón, que los animales son viajeros por naturaleza. Aunque muchos son territoriales, aun así nacieron para la libertad y el movimiento. Por eso, tener un animal atado o encerrado durante horas o, peor, todo el tiempo, es un acto de crueldad aunque ciertas personas no se den cuenta de ello. Algunos terminan tan estresados que llegan a comerse su propia cola u otra parte del cuerpo. Otros muestran las clásicas estereotipias: se rascan incesantemente, se muerden, dan vueltas y más vueltas, balancean la cabeza o caminan de manera obsesiva de un lado a otro de su jaula como hemos visto hacer a muchos en los zoológicos. También hay los que languidecen y enferman. Los movimientos estereotipados en los animales denotan una enorme cantidad de estrés. Estrés por inactividad, por aburrimiento, por falta de propósito y por ausencia de libertad.
En el caso de los perros, por ejemplo, muchos dueños consideran que por tener un patio grande no necesitan sacar a sus mascotas de paseo. Y esto es un gran error. Los perros necesitan acción, ejercicio, explorar, conocer cosas nuevas, tener, en fin, “algo que hacer”, lo que no es otra cosa que manifestar su conducta natural. Algunos que viven encerrados llegan a manifestar comportamientos destructivos dentro de la casa cuando sus dueños están ausentes. Entonces, en lugar de entenderlos y proporcionarles ejercicio y actividad al aire libre, los dueños los amarran o los encierran y con eso lo único que consiguen es empeorar la situación, porque un perro amarrado tiene grandes probabilidades de terminar siendo neurótico o agresivo (o ambas cosas).
Esto también se aplica a otros animales. Los pollos, las gallinas, los gallos, los patos y otras aves llamadas “de corral” — ¡cuánto tenemos aún que trabajar con el lenguaje, no solo con el sexista sino también con el antropocéntrico! — que viven en jaulas, no solo están sometidos a la angustia y el estrés que provoca el eterno encierro sino que su salud integral se corrompe y, como consecuencia de ello, también la calidad de la carne que luego consumirán quienes se alimentan de animales.
Hay otras personas que confinan a sus mascotas a un balcón o una azotea. Bastaría preguntarles cómo se sentirían ellos si se les hiciera lo mismo. Hay perros que han quedado ciegos por estar expuestos al sol calcinador de una azotea durante meses y hasta durante años. Eso sin contar que, por su condición de animales sociales, los perros necesitan de la “manada” — el grupo familiar — , y el aislamiento y la soledad son para ellos un castigo tremendo que, por supuesto, no merecen. Qué decir, por otro lado, de los desafortunados pajaritos que son capturados en la naturaleza y condenados a toda una vida de presidio… Lo curioso es que a nadie se le exige tener un perro, un gato, un curiel, un pato, un ave o cualquier otro animal, por eso cuesta tanto entender por qué hay personas que tienen animales y no los cuidan ni los tratan como a seres vivos.
Los gatos tienen más suerte porque no es fácil enjaularlos. Aun así, hay algunos que no salen nunca de la casa. Esos gatos no parecen tan estresados porque pasan la mayor parte del día durmiendo, pero nadie puede negar que los gatos con acceso a jardines, parterres y otros lugares con vegetación silvestre, no solo disfrutan de libertad sino que tienen, además, la opción de comer plantas que los ayudan a solucionar o prevenir problemas de salud, y de elegir tomar el sol en las horas más convenientes. En otros países, hay dueños de gatos que se toman el trabajo — como debe ser — de construirles túneles, pasadizos, gateras y pequeños refugios en el interior o el exterior de la casa, para que sus mascotas felinas ambulen y se sientan cómodas en el hogar, haciendo, en lo posible, lo que harían en un ambiente natural.
Está claro que muchos dueños encierran a sus mascotas con el ánimo de protegerlas de enfermedades, virus, garrapatas, pulgas, y otros males por el estilo, que temen puedan adquirir en la calle, pero una vida equilibrada requiere un poco de todo, ya que la salud no se reduce a lo físico, sino que también abarca lo biológico, lo social y lo emocional. Por eso, en cada caso, debemos aplicar el sentido común e intentar dar un poco de libertad y actividad a los animales que tenemos bajo nuestro cuidado, pues si bien los estamos protegiendo por un lado, los estamos perjudicando por el otro. Recordemos que estar libres de angustia e incomodidad y poder expresar su comportamiento natural, son 2 de las 5 libertades proclamadas en la Declaración Universal de Bienestar Animal.
Y algunos se preguntarán: “Bueno, ¿y qué hay de los otros animales…, los que viven en granjas, zoológicos, acuarios, etc.?…”. Por supuesto que el encierro también los afecta, pero en esta ocasión optamos por no abordar el tema de los llamados animales “productivos” — ¡otra vez el lenguaje antropocéntrico! — ni el de los que se encuentran en zoológicos y acuarios, porque ese asunto requiere un enfoque científico y reflexiones bioéticas profundas que exceden los limites de este artículo. Sin embargo, cualquier persona con sensibilidad y cultura podrá comprobar por sí misma el maltrato hacia los animales en que se incurre cotidianamente, muchas veces de manera inconsciente, porque estamos tan acostumbrados a convivir con determinadas malas prácticas que ya han llegado a parecernos “normales”. Y lo que podemos hacer frente a eso, si el asunto de verdad nos mueve y nos importa, es tratar de proveer — mediante la persuasión, la conversación, la educación y la instrucción — la mayor comodidad posible a tales criaturas, convirtiéndonos en sus voceros frente a sus dueños, criadores y cuidadores.
Es cierto que los animales no hablan ni articulan ideas al estilo humano, pero si estamos atentos veremos que mediante su propio lenguaje (que lo tienen) nos comunican sus emociones y su estado de confort o incomodidad, lo que pasa es que NO OBSERVAMOS Y NO ESCUCHAMOS… lo suficiente.
Zoila Mª Portuondo Guerra